Las Brigadas Fantasma

Fragmento de la novela de John Scalzi "Las Brigadas Fantasma" que viene siendo la segunda parte del ciclo "Fuerzas de Defensa Colonial" (ISBN: 978-8-4450-7707-8). 

La escena representa otro granito en el arenero de reflexión sobre el propósito. 


Gabriel Brahe comenzó el entrenamiento del escuadrón de Jared (formalmente el Octavo Escuadrón de Instrucción), haciendo a sus miembros una pregunta.

―¿Qué os hace diferentes de otros seres humanos? ―planteó―. Levantad la mano cuando tengáis la respuesta. El escuadrón, desplegado en semicírculo delante de Brahe, guardó silencio. Finalmente, Jared levantó la mano.

―Somos más listos, más fuertes y más rápidos que los otros humanos ―dijo, recordando las palabras de Judy Curie.

―Buena deducción ―contestó Brahe―. Pero equivocada. Estamos diseñados para ser más fuertes, más rápidos y más listos que los otros humanos. Pero eso es consecuencia de lo que nos hace diferentes. Lo que nos hace diferentes es que, entre los humanos, sólo nosotros nacemos con un propósito. Y ese propósito es sencillo: mantener a los humanos con vida en este universo.

Los miembros del escuadrón se miraron entre sí. Sarah Pauling levantó la mano.

―Otra gente ayuda a los humanos a seguir con vida. Los vimos en la Estación Fénix, cuando veníamos de camino.

―Pero ellos no nacieron para eso ―dijo Brahe―. Esa gente que viste, los realnacidos, nacen sin un plan. Nacen porque la biología les dice a los humanos que creen más humanos; pero no considera qué hacer después con ellos. Los realnacidos pasan años sin tener ni la menor idea de lo que van a hacer consigo mismos. Por lo que tengo entendido, algunos de ellos nunca llegan a descubrirlo. Van por la vida aturdidos y se desploman en sus tumbas al final. Tristes. E ineficaces. Podéis hacer muchas cosas en vuestra vida, pero ir por ahí aturdidos no será una de ellas ―continuó Brahe―. Habéis nacido para proteger a la humanidad. Y estáis diseñados para ello. Todo en vosotros, hasta vuestros genes, refleja ese propósito. Por eso sois más fuertes, y más rápidos, y más listos que los otros humanos.

Brahe hizo un gesto hacia Jared.

―Y por eso nacéis como adultos, dispuestos para combatir de manera rápida, efectiva y eficiente. Las Fuerzas de Defensa Coloniales tardan tres meses en entrenar a los soldados realnacidos. Nosotros hacemos el mismo entrenamiento, y más, en dos semanas.

Steve Seaborg levantó la mano.

―¿Por qué tardan tanto tiempo en entrenar a los realnacidos? ―preguntó.

―Dejadme que os lo demuestre ―dijo Brahe―. Hoy es el primer día de entrenamiento. ¿Sabéis cómo hay que estar firmes, o las otras maniobras básicas de instrucción?

Los miembros del escuadrón miraron a Brahe sin decir nada.

―Bien. Ahí van vuestras instrucciones ―dijo Brahe.


Jared sintió que su cerebro se inundaba de nueva información. La percepción de este conocimiento se asentó pesadamente en su conciencia, desorganizada; Jared sintió que su CerebroAmigo canalizaba la información hacia los lugares adecuados, y que el proceso de despliegue, ahora familiar, abría caminos de información que conectaban con cosas que Jared, que ahora tenía un día de edad, ya sabía.

Así Jared conoció los protocolos militares para desfilar. Pero aparte de eso llegó una emoción inesperada que se alzó de manera natural en su propio cerebro, y fue ampliada y aumentada por los pensamientos integrados de su escuadrón: su despliegue informal delante de Brahe, con algunos de pie, otros sentados y otros apoyados en los escalones de su barracón, parecía equivocado. Irrespetuoso. Vergonzante. Treinta segundos más tarde todos formaron cuatro filas de a cuatro, firmes.

Brahe sonrió.

―Lo habéis pillado a la primera ―dijo―. En su lugar, descanso. El escuadrón adoptó la posición de descanso, los pies separados, las manos a la espalda.

―Excelente ―dijo Brahe―. Descanso.

El escuadrón se relajó visiblemente.

―Si os dijera cuánto tarda un realnacido en hacer eso tan bien como vosotros acabáis de hacer, no me creeríais ―dijo Brahe―. Los realnacidos necesitan ejercitar, repetir, practicar una y otra vez para hacer las cosas bien, para aprender a hacer las cosas que vosotros aprenderéis y absorberéis en una o dos sesiones.

―¿Por qué no se entrenan los realnacidos de esta forma? ―preguntó Alan Millikan.

―No pueden ―respondió Brahe―. Tienen mentes viejas, fijas en sus costumbres. Ya les cuesta bastante trabajo aprender a usar un CerebroAmigo. Si yo intentara enviarles protocolos de entrenamiento como acabo de enviaros a vosotros, sus cerebros no podrían manejarlos. Y no se pueden integrar: no pueden compartir automáticamente información entre ellos como hacéis vosotros, y como hacen todas las Fuerzas Especiales. No están diseñados para eso. No han nacido para eso.