La silla que siempre está allí



Estamos tan acostumbrados a las personas que son "nuestras". Aquellas que siempre están para nosotros, en las buenas y en las malas, sin fallarnos. Cuando les preguntamos, responden sin burlas, sin dobles sentidos, sin bromas fuera de lugar; solo con la intención de ayudar. Nos hemos habituado tanto a su presencia constante que los convertimos en parte del decorado, como los muebles, como una vieja silla en casa. Pero cuando de repente esa silla no está en su lugar, es cuando nos percatamos de que algo no está bien... algo ha cambiado. "¿Cómo es posible? Si yo dejé esta silla justo allí y ahora no está..."

Nos pasamos la vida enojándonos por todos aquellos que dijeron algo, comentaron algo, nos miraron de forma extraña o actuaron de una manera que no aprobamos. Gastamos nuestro tiempo en discutir, en comentar, en refutar... Retenemos en la memoria los sucesos que nos desagradaron, rumiándolos una y otra vez en nuestra mente. Todo esto en lugar de dedicar un poco de nuestro tiempo a alguien o algo que sí nos aporta. Alguien que suma. Alguien que apoya. Alguien que nos hace mejorar. Alguien que realmente está ahí para nosotros. Qué nos impide a tomar el tiempo y decir: 

" — Oye, esta chingadera que yo logré es porque tú me inspirarse".
" — Oye, la otra vez que comentaste aquella cosa me hiciste pensar y me ayudó".
" — Oye, quiero que sepas que me importa tenerte en mi vida".
" — Oye, te agradezco que siempre haz estado para mi".


Estas cosas no las decimos a las sillas que siempre están allí, las sillas no las necesitan, nuestros amigos sí. Cuando tú escuchas algo así debes saber tres cosas: 
  1. La persona que lo está diciendo te aprecia;
  2. Tú tienes valor en su vida;
  3. Tiene huevos para decírtelo.
Inspira a tus amigos seguir siendo tus amigos.