La verdadera historia de Helena de Troya


En la costa soleada de Esparta, bajo un cielo azul sin una sola nube, la diosa Afrodita se acomodó la túnica y le dio un codazo a París.

—Mira, carnal, ahí está Helena.

París entrecerró los ojos y se quedó viendo a lo lejos. 

—¡No manches! ¡Está hermosísima!

Afrodita chasqueó la lengua con suficiencia.

—Pos claro, ¿qué te dije? Tú espérame aquí, voy a convencerla.

—¿Y si no quiere?

—No, pos, ¿a dónde va a ir? De mí nadie se escapa.

Afrodita se ajustó la corona de laureles y se dirigió con paso elegante hasta donde estaba Helena. La reina de Esparta, con una actitud de "me vale todo", se entretenía comiendo cacahuates japoneses mientras miraba el mar.

—¡Salve, mortal! Soy la diosa del amor, Afrodita.

Helena ni parpadeó.

—¿Y luego?

Siguió masticando y tronó un cacahuate entre los dientes.

Afrodita levantó una ceja.

—Pues nada, que el príncipe troyano Páris se enamoró de ti.

Helena puso cara de "¿neta?".

—¿Está idiota o qué?

—Un poquito. Pero mira, ¿qué te parece si te lo llevas y huyen juntitos?

Helena suspiró con fastidio.

—¿Pa’ qué?

—Le prometí a París que se quedaría con la mujer más hermosa del mundo.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

—Pos que él dice que eres tú.

Helena ladeó la cabeza.

—¿Pero sí me ha visto bien?

—Mmm... no mucho. Tiene la vista como de topo, el pobre.

—Ah, pues qué bonito. El problema es que tengo esposo.

Afrodita soltó una carcajada.

—Ay, mana, no es un mueble, se puede hacer a un lado.

Helena se estiró perezosamente.

—Me da flojera, la neta. Tendría que viajar... ugh.

—Mira, te doy el título de "Miss Grecia Antigua". Vas a pasar a la historia como Helena la Hermosa.

Helena sacó otra bolsita de cacahuates japoneses.

—Mmm… no sé.

Afrodita suspiró hondo, perdiendo la paciencia.

—A ver, chula, tienes tres chamacos, ya casi cumples treinta, tu marido ronca como cíclope y se anda echando a las esclavas. ¿Te gusta esa vida? ¿O prefieres irte de vacaciones a Troya con un amante joven, todo pagado, todo incluido?

Helena empezó a dudar.

—Pues… suena tentador, pero...

Afrodita puso los ojos en blanco.

—¡Ay, qué desesperación! ¡Mijo, ven pa'cá!

De detrás de una columna griega salió un chamaco con alitas y un arco.

—¿Qué pasó, jefita?

—Dispara de una vez, me tienen harta.

Cupido asintió.

—¡Va, va, ahí les va un flechazo!

Lanzó sus flechas mágicas y de inmediato se armó el drama.

—¡París! —suspiró Helena con ojos de borrego a medio morir.

—¡Helena! —exclamó París, como si ya estuviera en una telenovela.

Y sin pensarlo más, se subieron a un barco y se largaron a Troya.

Afrodita se sacudió las manos y suspiró.

—Estos mortales… tengo que inventarles un "Tinder" o algo, para que se resuelvan solos.

Y desapareció.

Epílogo

Desde detrás de una columna, salió Menelao, el esposo de Helena. Miró a su alrededor, vio que su mujer se había largado y alzó los brazos.

—¡Se fue! ¡Se fue! ¡Al fin, libertad!

Sacó una ánfora de vino y se la bebió como si fuera agua.

—¡Odiseo, ven pa'cá, hay que celebrar!

Odiseo se rascó la cabeza, medio preocupado.

—Eh... yo ya me voy, mi esposa me va a regañar si llego tarde.

Menelao le pasó la ánfora.

—¡Bah! No pasa nada. Nos echamos la fiesta y luego le dices que fuimos a Troya a rescatar a Helena. Yo te cubro.

Odiseo dudó por un momento, luego se encogió de hombros.

—Ya qué. Tú sígueme sirviendo y yo me invento algo. 

P.D.: Se le fue la mano y terminó escribiendo dos libros enteros en verso sobre el tema.